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lunes, 6 de junio de 2022

Viaje a Córdoba

A fin de convertir mis escritos en atemporales, no les pongo la fecha en la que los escribo, es por ello que, de forma indefinida me referiré a uno de ellos diciendo que 'hace tiempo' escribí unos comentarios sobre salir de la zona de confort. Ahora, que parece que lo del Covid, sin haber terminado, esté más controlado, nos hemos vuelto a atrever a movernos por España, rompiendo así uno de los círculos a los que en dicho escrito me refiero. 

Yo ya hace tiempo que tenía 'in mente' visitar la ciudad de Córdoba, aunque a mi mujer no era la opción que más la atraía, así que durante las fiestas patronales de nuestra ciudad, en las que ella tiene disponibilidad, y nos planteamos realizar un corto viajecito, esta fue una de las opciones, entre otras. 

Vistos los pros y los contras, al final pude convencerla y la elegimos como destino de estas cortas vacaciones. 

Ella se encargó de buscar el hotel y contratarlo por Internet. En principio contrató dos noches, aunque días después, a la vista de que el día que teníamos previsto volver, por la noche era el encendido de las luces e inauguración de la Feria, decidimos contratar una noche más. 

Así, llegado el día, a las 5:00 de la mañana sonó el despertador y nos pusimos en movimiento. No había prisa, así que desayunamos como todas las mañanas, nos asemos, repasamos todo lo preparado para el viaje y nos dispusimos a iniciarlo. A pesar de estar previsto para la 6:00, comenzó a la 6:15. 

Cargamos la pequeña maleta, la bolsa nevera con bebida fresca, algún que otro bocadillo y no sé que más. El coche con el depósito lleno y la presión de las ruedas revisada. Llave al contacto y motor en marcha. El viaje había comenzado. 

Salida del pueblo por la N340 hasta Nules, allí tomamos la A7 y desde allí ya todo autovía hasta Córdoba. 

Los primeros paisajes nos resultaban tan familiares que apenas les prestábamos atención, aunque poco a poco, a medida que nos alejábamos de nuestra zona, todo era nuevo y desconocido. Íbamos comentando lo poco o lo mucho que nos llamaba la atención de las nuevas vistas. 

De la A7 pasamos en Valencia a la A3 en dirección a Madrid. A la altura de Tébar nos desviamos por la A43, hacia Ciudad Real. Teníamos previsto parar a almorzar en Villarrobledo, pero las circunstancias nos obligaron a hacerlo un poco antes, así que una vez parados, aprovechamos para comernos un bocadillo, beber un poco y estirar las piernas. De nuevo en la carretera, que nos llevaría hasta Manzanares, donde cambiaríamos a la A4, que no dejaríamos ya hasta Córdoba. 

Las primeras edificaciones, naves en polígonos industriales, nos fueron introduciendo en una ciudad como tantas otras, con sus amplias avenidas, sus altos edificios, sus plazas, sus rotondas, etc. 

Siguiendo siempre las indicaciones de Google Maps, nos fuimos adentrando hacia la centro histórico. Las avenidas se convirtieron en calles, las calles en callejuelas y estas en paseos semipeatonales, por los que apenas podía circular el vehículo. 

En poco rato estuvimos frente a lo que, para el navegador, era el final del trayecto, pero el hotel no se veía por ningún sitio, así que, como en ese lugar no se podía aparcar, continuamos adelante mientras mi mujer llamaba al hotel para preguntar. Efectivamente, donde Maps nos indicaba el destino, había un parking, pues bien, debíamos acceder a él, y por su interior pasaríamos al hotel, cuya entrada principal estaba en una calle peatonal. Además, como teníamos reservada una plaza para el coche, nos vino bien entrar por ahí. 

Accedimos al hall del hotel e hicimos el Check-in, es decir, nos registramos. Nos dieron las tarjetas para abrir a la habitación, subimos a ella, dejamos los bártulos, nos aseamos un poco y, dado que se iba haciendo hora de comer, salimos a buscar un buen lugar donde hacerlo y descansar un poco del largo viaje.
Preguntado al recepcionista sobre las mejores opciones, nos dio un pequeño plano, que nos acompañaría durante toda la excursión, y en él, entre otras cosas nos marcó donde realizar esta primera comida, a apenas dos minutos del hotel, en dirección hacia la Plaza de las Tendillas. Cruzamos esta y en un momento nos encontramos frente a la Taberna La Montillana. Un lugar tranquilo, al menos a esa hora, bien iluminado y donde comimos estupendamente. 

A pesar del calor agobiante que hacía, nos dispusimos a patearnos esta parte de la zona centro, así que nos dirigimos al Palacio de Viana, pasando antes por la plaza del Cristo de los Faroles. Después de visitar el Palacio, seguimos canino de la Plaza de la Corredera, y de aquí a la del Potro.
El intenso calor, rozando los 40º, mantenía las calles desiertas, y a nosotros nos iba dejando agotados. Así que decidimos irnos al hotel a refrescarnos un poco y descansar, para volver a salir cuando el sol hubiera descendido lo suficiente como para que los edificios impidieran su entrada hasta las calles. 

Por el camino habíamos comentado lo inútil que resultaba la noche que habíamos añadido a las previsiones iniciales, y habíamos decidido solicitar en el hotel que nos la anularan, ya que las previsiones indicaban que el calor iría en aumento los siguientes días. Lo comentamos y no nos pusieron ningún inconveniente. 

Ya serían sobre las 19:00h cuando reanudamos nuestras visitas a la zona turística de Córdoba. Esta vez salimos en dirección a la Mezquita, pasando por el barrio de la Judería. Paseábamos sin prisas, ya que la visita al templo la teníamos prevista para el día siguiente, así que íbamos viendo las fachadas y algunos patios que, por tener la puerta abierta, permitían asomarse a su interior. Durante el paseo, localizamos por casualidad la Taberna Mezquita, que alguien nos había recomendado, así que tomamos buena cuenta de su ubicación para volver a la hora de cenar.
Nuestros pasos nos llevaron a las inmediaciones del emblemático edificio, la Mezquita Catedral de Córdoba. Sin pensar en ello, comenzamos a circundarla, con lo que, sin darnos cuenta, nos topamos con el monumento 'Triunfo de San Rafael', la 'Puerta del Puente', el 'Puente Romano' y la 'Torre de Calahorra'

Aprovechamos que estábamos ahí para visitar esta zona, ya que no sabíamos como íbamos a ir de tiempo para volver en otro momento, así que la pasemos tranquilamente y sacamos las pertinentes fotos. Después continuamos rodeando la Mezquita. 

Como el sol estaba ya muy bajo y el calor menguaba, tanto los turistas como los autóctonos comenzaban a tomar las calles y terrazas. Córdoba se llenaba aun más de color si cabe. 

Por nuestra parte, a la vista de que los restaurantes también empezaban a tener gente, pensamos que lo mejor era ir a cenar, antes de que estuviera todo demasiado abarrotado y menguara la calidad del servicio. 

Como ya habíamos decidido, fuimos a buscar la Taberna Mezquita. Nos recibió un empleado que debería ser como el jefe de sala, ya que iba vestido diferente al resto de camareros y lo único que hizo fue acompañarnos a la mesa, después ya fueron los otros lo encargados de atendernos. 

La amabilidad de esta gente es excepcional y la comida que sirven, en general, muy buena, pero en esta ocasión quizá fallamos nosotros, por desconocer el tamaño de las raciones y el tipo de comida, ya que pedimos tres raciones de lo que teníamos entendido que era típico y no pudimos terminarlas.
Entre tanto cenábamos, la noche cayó sobre la ciudad, así que al salir todo se veía diferente, con las luces encendidas. Las calles parecían más típicamente andaluzas y los patios, convertidos en terrazas o restaurantes, se veían muy festivos y alegres. A pesar del cansancio que nos invadía, no podíamos dejar de ver la Judería nocturna. Paseando por ella volvimos a toparnos con la Mezquita y de nuevo, bordeándola, con el Puente Romano, que con las luces parecía otro. Volvimos a cruzarlo hasta la Torre de Calahorra y de regreso ya dirigimos nuestros pasos hacia el hotel. 

La noche fue muy reparadora pues, no sé si por el cansancio o por el colchón, dormimos toda la noche de un tirón, hasta la que la alarma del móvil nos indicó que era hora de comenzar el nuevo día. 

Teníamos previsto, y así lo hicimos, desayunar a las 7:30h, para poder estar en la Mezquita a las 8:30h, tal y como nos había aconsejado el recepcionista del hotel, ya que a esa hora, además de ser gratis la entrada, había muy poca gente y se podían sacar mejores fotografías sin que aparecieran personas ajenas a nosotros. 

El trayecto hasta la Mezquita lo disfrutamos en el sentido de que las calles aun no estaban concurridas y el sol todavía no entraba en ellas, tapado por los edificios, por lo que no hacía calor. 

Cuando llegamos vimos que había una pequeña cola ordenada de apenas cinco o seis parejas, alguna con niños, pero a los pocos minutos, cuando abrieron la puerta, aparecieron algunas familias más que, lejos de guardar cola, estaban curioseando por las tiendas de los alrededores. En cualquier caso la entrada era amplia y se realizó sin nada reseñable, más allá de una persona, extranjera por el idioma que nos pareció oír, al que no le permitieron la entrada porque iba algo cargado de alcohol. 

La primera impresión a la entrada fue indescriptible, me pareció un sueño que se hacía realidad. Puede parecer muy bonita o no tanto, pero era un templo que había aparecido en todos los libros de historia y de arte, durante toda mi época de estudiante, además en multitud de enciclopedias de las que tenía en las estanterías de mi casa, y esto la hacía inalcanzable, como cuando vi por primera vez 'La Victoria de Samotracia' en el Louvre. En ambos casos las lagrimas estuvieron apunto de asomarse a mis ojos por la emoción. 

La gente que había entrado con nosotros apenas se dejaba ver en la grandiosidad del espacio que ocupa el templo, así que estuvimos paseándolo y fotografiándolo desde todos los ángulos, buscando las mejores tomas y perspectivas para las columnas y los detalles.
A las 9:30 se celebraba misa en la Catedral, así que una vez allí, aprovechamos para asistir a la misma y al finalizar salimos con la intención de volver al día siguiente. 

Junto a puerta por la que salimos se encuentra la conocida como calle del Pañuelo, ya que tomando un pañuelo por sus esquinas opuestas, se pueden tocar los dos lados de la calle, nos pareció curioso y nos acercamos a verla. 

Desde aquí nos dirigimos al recinto ferial, cuya encendida de luces y apertura estaba prevista para el día siguiente a las 24:00h. No veríamos el encendido de las miles de bombillas, pero veríamos la puerta que ya estaba engalanada. 

Cuando llegamos al Arenal, donde está ubicado el recinto ferial, el sol ya estaba muy alto, y el calor era sofocante, por lo que sacamos cuatro fotos rápidas y nos volvimos hacia nuestra zona, en busca de sombras que apaciguaran la canícula.
Algún helado y mucha agua por el camino, nos llevaron a cruzar de nuevo el Puente Romano. Como seguíamos llevando el plano turístico que nos entregaron en el hotel y aún era pronto para pensar en comer, guiándonos por dicho plano, fuimos a buscar la zona de los Patios Cordobeses, en el barrio de San Basilio. 

Pasamos junto a las murallas del Alcazar de los Reyes Cristianos, que también queríamos visitar, pero al ver la larga cola que había en la entrada lo dejamos para la tarde y seguimos hacia los patios. 

Compramos la entrada, aunque algunos de ellos se podían visitar gratuitamente, y nos deleitamos con la gran cantidad de macetas que los adornan y el ingente trabajo que, según sus dueños, cuesta mantenerlos así de bonitos

Ahora sí, ahora ya tocaba comer. Como ya íbamos conociendo los diferentes barrios por los que nos movíamos y sabíamos que en la Judería había mucha oferta de restaurantes, dirigimos nuestros pasos hacia ahí. En realidad estábamos muy cerca, en estas zonas las distancias son cortas. 

Andando por sus estrechas callejuelas, y dilucidando donde comeríamos mejor y, sobre todo, más frescos, fuimos a parar a la Casa de Pedro Ximénez. Temíamos que estuviera todo reservado, pero tuvimos suerte, además de porque sí que había sitio, porque la comida fue la mejor de todo el viaje. Si vais por Córdoba, este es un sitio muy recomendable, por supuesto sin desmerecer otros muchos, que los hay. 

Tras una prolongada sobremesa, a la espera de que el sol se volviera más clemente y no castigara tanto con sus abrasadores rayos, nos decidimos a proseguir nuestra visita, ya que aun nos faltaba algunas cosas por ver. 

Nos dirigimos al Alcazar de los Reyes Cristianos. En esta ocasión no había cola para entrar, por lo que fue llegar y acceder, previo pago de la entrada. Muy bonito, tanto los jardines, como los salones. 

A la salida, seguimos nuestro paseo en busca de la Sinagoga que, una vez en Córdoba, esta bien verla, pero no es nada del otro mundo. Mientras caminábamos íbamos descubriendo rincones, plazas y callejuelas preciosas, por las que valía la pena perderse. Pasábamos ante museos que no nos llamaban la atención, y se quedaron sin visitar, pero que a otros visitantes curiosos les pueden resultar atractivos. 

Como si de un ejercicio de supervivencia se tratara, cuando nuestros cuerpos ya estaban a punto de desfallecer por el calor y el cansancio, nos dimos cuenta que estábamos muy cerca del hotel. Justo al lado del mismo había una heladería donde caímos rendidos. Estuvimos un buen rato, entre helados y agua para rehidratarnos. Trás más de una hora, el sol ya había descendido lo suficiente como para que las sombras se adueñaran de las calles, así que nos hicimos el ánimo y volvimos a ponernos en marcha. En esta ocasión el destino eran las tiendas de souvenirs, ya que queríamos comprar algunos recuerdos, especialmente para nuestros nietos, pero también para nuestras hijas y sus parejas. Ante tanta oferta, no sabíamos que comprar, pero al final nos decidimos por algo. Al final no se trata tanto de qué se comprar sino del detalle de que vean que te has acordado de ellos. 

Esta noche no cenamos. Entre la buena comida y los helados, ya no teníamos hambre, así que llegada una hora prudencial nos retiramos a nuestra habitación. El día siguiente se presentaba largo. 

Como queríamos volver a visitar la Mezquita, realizamos la misma rutina del día anterior. Nos levantamos, desayunamos y a las 8:30 estábamos en la puerta, con lo que volvimos a acceder gratis y con muy poca gente. Si bien la majestuosidad del templo seguía siendo la misma, la impresión ya no fue tanta, pues ya nos lo conocíamos, así y todo seguimos descubriendo algún que otro rincón, sacamos más fotos y lo que más me gustó fue que lo paseamos tranquilamente, sin tanta presión por capturar imágenes.

Cuando tuvimos suficiente, salimos y dimos por terminada nuestra visita a Córdoba. 

Nos dirigimos al hotel, recogimos las maletas, nos despedimos en recepción para que pudieran disponer de la habitación, cogimos el coche y le pedimos a Google Maps que nos llevara a casa. 

Comenzamos a recorrer las mismas carreteras que a la ida, pero ahora en sentido contrario. No teníamos prisa así que, a pesar de circular por autovías, cuya velocidad permitida es de 120 km/h, yo puse el automático a 100 aproximadamente. Los kilómetros iban pasando y las horas también, así que nos planteamos que deberíamos parar en algún momento a comer algo. 

Dado que a la ida queríamos hacerlo en Villarrobledo, y por circunstancias no lo hicimos, y visto que por el horario que llevábamos nos venía bien hacerlo ahí, no lo pensamos mucho. Buscamos en Google donde comer en esta localidad y entre las opciones que nos presentó, nos decidimos por Casa Victoria. No comimos mal y el precio bastante económico. Un lugar recomendable si vas de paso. 

Tras la comida, siguiendo sin prisas, nos dirigimos a casa, donde llegamos sobre las 7 y pico. 

Buenos este es el relato del viaje, que dejo por escrito tanto para los que quieran entretenerse leyéndolo, como para mi, como recuerdo del mismo. También para ilustrar lo que comentaba al inicio sobre salir de la zona de confort, algo muy interesante para todos, pero especialmente para los que vamos cumpliendo años y nos volvemos perezosos.

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