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domingo, 1 de agosto de 2021

La gran granizada

Muchos testimonios, escritos y gráficos, quedarán de la gran granizada del día treinta y uno de julio del veintiuno. A pesar de ello, yo no quiero dejar de contar mi experiencia.

Los días anteriores, las previsiones para nuestra ciudad y la plana en general, eran de lluvias importantes con tormenta eléctrica. El mismo viernes por la noche, día anterior a los hechos descritos, aun persistían estas previsiones en algunas de las webs especializadas consultadas.

Por nuestra parte, teníamos previsto ir a pasar el fin de semana a Oropesa, a una villita que allí tenemos, pero el temor al tiempo que no nos permitiría disfrutar del baño y de la vida al aire libre, nos disuadió y nos quedamos en casa.

El sábado amaneció sin lluvias, y con un tímido sol que aparecía por momentos, así que contactamos con nuestras hijas, y puestos de acuerdo decidimos irnos a pasar, al menos, el día en la villa.

Dicho y hecho. Cargamos lo que teníamos previsto para la comida y poco más y nos fuimos hacia allí.

Temíamos que, al ser último día del mes de julio y además sábado, la carretera y la autopista irían muy cargadas de vehículos, por lo que nos tomamos la ida con tranquilidad. A medida que nos acercábamos a la entrada de la autopista, nos llamaba la atención que la N-340 iba vacía, así que, visto que los pocos vehículos que nos precedían tomaban la dicha entrada y suponiendo que la mayoría habrían hecho lo mismo, nosotros seguimos por la carretera nacional, y lo acertamos, ya que apenas encontramos tráfico.

Llegamos a la villa, descargamos los bártulos, asemos un poco las zonas en las que nos íbamos a mover, pasé el limpia-fondos a la piscina y nos dispusimos a bañarnos, antes de que llegaran los peques de la familia, ya que esta semana habían estado algo resfriados, y sus padres no querían que se bañaran, así que para que no nos vieran y quisieran entrar en la piscina, nosotros lo hicimos antes de que llegaran.

Algo más de media hora antes de la prevista para comer, me puse a preparar la barbacoa. Mientras, mi mujer preparó los entrantes que fuimos degustando.

Comimos, bebimos y disfrutamos. El tiempo nos respetaba. Ya ni nos acordábamos de que había previsiones de tormentas.

A media tarde, todos comenzaron a desfilar, unos querían acercarse al parque de Marina d’Or con los niños, los otros simplemente irse a casa a descansar.

Como no puede ser de otro modo, mi mujer y yo nos quedamos recogiendo la mesa, ordenando la terraza y guardando los juguetes de los nenes.

Cerca de las 19:00 estábamos en disposición de volver a casa. Cerramos la villa, nos subimos al coche y nos dispusimos a regresar. Antes de salir a la carretera, dimos una vuelta para ver el ambiente de las playas, La Concha, Morro de Gos, Marina d’Or, estaban a reventar, lo que nos obligó a comentar entre nosotros las imprudencias de la gente con el virus.

Para el regreso, optamos por la autopista, ya que en Benicasim suele haber retenciones de tráfico.

La autopista iba bastante cargada, pero manteniendo una velocidad cercana a la máxima permitida, 120km/h, se circulaba bien, ya que apenas tenías que adelantar a nadie, aunque siempre hay quien corre más y nos iban pasando.

Aproximadamente a la salida de Castellón norte, comenzamos a intuir que las cosas iban a cambiar, ya que a lo lejos se veía una enorme cortina de agua que estaba cayendo, aunque no acertaba a ubicarla, si sobre Villarreal, o un poco más hacia el interior, Bechí o incluso Onda. A todo esto, desde Benicarló habíamos recibido un vídeo de la cantidad de agua que estaba cayendo.

Seguíamos nuestro camino y, primero pequeñas gotas, pero inmediatamente gotas mucho mayores, me hicieron poner en marcha el limpiaparabrisas, y aumentarle la velocidad enseguida. El ruido cambiante de las gotas nos alertó de que estaba cayendo algo de piedra, aunque en la carretera no se apreciaba. Comenzamos a verla sobre el asfalto en el mismo momento en que los coches que nos precedían empezaban a frenar poniendo los warnings. No podíamos hacer otra cosa que seguir su ejemplo, acercándonos al máximo al coche de delante que se había refugiado, como otros, bajo el puente que cruza la autopista, inmediatamente antes de la salida de Castellón sur.


Mi vehículo quedaba prácticamente todo fuera de la protección del puente, así que las piedras, cada vez mayores, impactaban de lleno en la carrocería. Yo temía por las lunas, que podían saltar en mil pedazos en cualquier momento.

Uno de los coches de delante, cambió de posición, cruzándose bajo el puente, a fin de protegerse más y esto, permitió que yo también me reubicara con media coche bajo el puente.

El ruido de los impactos era ensordecedor, lo que, unido al temor por los posibles desperfectos en la carrocería del coche, provocaba una situación de cierto pánico. Aunque yo pude mantener la calma, mi mujer, se puso nerviosa, quizá pensando que nuestras hijas también estaban en la carretera, de vuelta a casa. Las llamó por teléfono y pudo comprobar que ya estaban en casa, lo que la tranquilizó.

Como ‘no hay mal que cien años dure’, esto también remitió y pudimos reemprender el camino a casa, observando los destrozos causados por quince minutos de enorme granizo. Estos se limitaban a hojas y pequeñas ramas arrancadas de los árboles.

Ya en casa pudimos ver fotos, en las redes sociales, de coches que habían sufrido las mismas inclemencias, pero por lo visto, con mayor virulencia que nosotros, pues se veían con los cristales rotos.

En fin una gran granizada, cuyos efectos, a estas horas aun están sin valorar, pero que imagino que no serán pocos, sobre todo en lo que a la agricultura se refiere.

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