Ayer tuvimos ocasión de ver una etapa del Tour de Francia, al menos, sorprendente.
Cando todos esperábamos que tras algunos escarceos entre Contador y Andy Schleck, la etapa se resolviera llegando juntos a la línea de meta, como mucho con algún segundo a favor de uno o de otro en función de sus fuerzas, una incidencia mecánica propició un ataque del español y una impresionante persecución del hasta ayer líder de la ronda gala. La bajada fue vertiginosa por parte de ambos, pero el mayor número de componentes del grupo de Contador hizo que las fuerzas se decantaran a su favor y le fue sacando los suficientes segundos como para convertirse en el nuevo portador del jersey amarillo.
Yo siempre he comparado el ciclismo a la vida misma, y este, por desgracia, es un ejemplo de la misma.
La competitividad con que se afrontan los retos de la vida, muchas veces se ve resueltos por avatares ajenos a esta sana competitividad, y las personas que se ven beneficiadas por ello, se aprovecha sin ningún pudor. Lo digo porque en unos momentos en que el empleo está tan difícil, en demasiados casos acceden a puestos personas que en buena lid se verían superadas por otras con mejor preparación, pero que gracias a los “enchufes”, no les dan, ni siquiera la posibilidad de poder demostrarlo.
En ambos casos, en el ciclismo y en la vida, hay y habrá defensores de ambas posturas; el que piensa que la deportividad debe primar sobre todo y quien opine que todo vale con tal de salir vencedor.
No voy a juzgar a nadie, tal y como es mi política, pero lo más probable es que la amistad que reinaba hasta ahora entre ambos deportistas, se vea afectada, lo mismo que ocurre en las relaciones personales dentro de una empresa, cuando alguien accede a puestos superiores con menores méritos que otros compañeros, y valiéndose de artimañas ajenas al trabajo.