La llegada del buen tiempo, y con él el cierre vespertino de los colegios, ha sacado a lo niños a la calle; y que mejor sitio para estar que un lugar tranquilo alejado del dominio de los vehículos a motor, donde las madres pueden dejar que los niños campen a sus anchas mientras forman corrillos con amigas charlando de sus cosas, o tomando algún refresco en alguna de las terrazas cercanas, desde las que no pierden de vista a sus hijos.
Es hora, pues de las peonzas y los yoyos. En estos momentos, por lo que veo son las primeras las que están en auge y, la verdad, en algunas ocasiones me ha llamado la atención las virguerías que algunos de estos niños son capaces de hacer con este juguete, aunque la mayoría se las ven y se las desean para conseguir que la pobre trompa, como aquí las llamamos, de alguna vuelta.
En nuestra época de niños el juego se limitada a hacerla girar, y como mucho la cogíamos rodando sobre nuestra mano.
La versión más violenta de este juego trataba de sacar los trompos de los compañero de juego de dentro de un círculo, a base de golpes con el nuestro que debía seguir girando después del golpe. Era tal la fuerza con que se lanzaban, que en más de una ocasión se han partido por la mitad, y eso que eran de madera, no de plástico como los de ahora.
A fin de que vean lo que se puede hacer, les dejo un vídeo que he encontrado en Internet. Si tienen curiosidad, busquen en You Tube que hay más.
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