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miércoles, 1 de agosto de 2018

El hecho religioso en nuestra sociedad.

Yo, como la gran mayoría de las personas de mi entorno, nacimos y nos criamos en un ambiente cristiano, con mayores o menores creencias y siendo más o menos practicantes. Es más, yo diría que nuestras creencias han ido variando a lo largo de nuestra vida, en función del desarrollo de nuestras capacidades intelectuales y de raciocinio.

No creo que sea este el lugar, ni es el propósito de este escrito, el manifestar mis actuales creencias religiosas, simplemente me propongo dar mi punto de vista sobre el hecho religioso en nuestra sociedad y por tanto dentro de la educación.

Si analizamos la historia, está claro que la religión católica, como casi todas, ha tenido sus momentos buenos y sus momentos malos. Se han salvado muchas vidas y ayudado a muchas personas en nombre de la religión, y en su mismo nombre se han asesinado a muchas más. Pero también está claro que esos hechos son inamovibles a pesar de todo lo que queramos justificar o reprocharle.

Gracias a Dios (permitidme la expresión), la evolución de las sociedades, al menos de las occidentales, ha ido puliendo lo que las personas normales (no me refiero a algunos dirigentes de las mismas que se han anclado en el pasado) creen y aceptan de sus religiones y se han ido quedando con lo que se supone, y yo diría que lo es, bueno.

En cualquier caso, llevamos conviviendo con la religión católica muchos siglos, por lo que, con todas sus ventajas y defectos, forma parte de nuestra cultura y como cualquier cultura no puede borrarse de un plumazo de nuestras vidas.

Catedrales, iglesias, obras literarias, pinturas, esculturas, … han sido creadas bajo sus auspicios o amenazas, y en ellas se ensalza, se representa o simplemente se narran hechos y personas, reales bajo el prisma de la Fe, imaginarios bajo el de los ateos.

Estos hechos y personas que conocemos gracias a la religión, en general solo aportan ejemplos de bondad, amor y tolerancia entre las personas, valores que cada día son más escasos en nuestra sociedad y que a pesar de que podamos creer que no son reales, nos inducen a tener un pensamiento bondadoso.

Por atraparte, que raro es encontrar una persona, incluso declarada atea, que en momentos de extremas dificultades no se aclame a Dios y, si sabe, rece alguna oración.

Entiendo que solo con lo expuesto, ya tiene cierto sentido la enseñanza de la religión.

No voy a entrar en discusiones sobre si debe ser en la escuela o en la iglesia, cualquiera de las dos opciones me parecería aceptable, tampoco me opondría a que fuera voluntaria, que quien no quisiera no tuviera que conocerla. Lo que no me parecería bien, es que se eliminara totalmente.

Es ahora cuando alguien me podría decir…’pues para eso que las enseñen todas’. ¡Perfecto! Que las enseñen todas. Si es en las escuelas y el sistema educativo tiene los recursos suficientes, que los asigne proporcionalmente al número de alumnos; si es en las parroquias (o como se denomine en otras religiones), no hay problema, cada una que haga lo que quiera o pueda.

En este punto debería analizar las diferencias y enfrentamientos que pueden surgir entre los alumnos de las diferentes religiones, pero si suponemos que TODOS predican el amor y la tolerancia entre las personas, estas diferencias deberían respetarse y no suponer ningún problema.

Pero eso puede ser tema para otro escrito.

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