Estos días la DANA y sus consecuencias ocupan la casi totalidad de los espacios informativos y tertulias de bar.
Toda vez que las catástrofes acaecidas y las que puedan estar por llegar, como resultado de la insalubridad de las zonas afectada, al tener que convivir con cadáveres aún por rescatar, aguas estancadas llenas de barro y otras inmundicias, y los inevitables roedores que invadirán la zona, sean los temas más recurrentes, también oiremos, entre las personas con perfiles políticos más marcados, argumentos que culpabilizarán a unos u otros de lo que quizá se hubiera podido evitar.
Evidentemente, una catástrofe de estas dimensiones no puede quedar impune y, una vez superada, deberán depurarse las responsabilidades de cada uno de los miembros encargados de la protección de la ciudadanía frente a este tipo de circunstancias, y si tienen que cargar con alguna culpa, que la paguen.
Pero más allá de todo esto, que a la postre es lo que piensan la mayoría de la gente, a mi me gustaría incidir un poco en el tema de las tan traídas y llevadas alarmas en los móviles, que pretendían avisar del desastre, e independientemente de la celeridad o tardanza con que se emitieron, yo me pregunto: ¿La gente sabía como debía actuar frente a estas alarmas? Esta claro que planteo una falacia. La gran mayoría responderéis que no, que no sabíais que se debía hacer.
Por ejemplificar un poco por qué digo esto les comentaré que el jueves, día 31 de noviembre, es decir con el desastre de Valencia ya acaecido y sabiendo de la peligrosidad del temporal que teníamos encima, nuevos avisos de la AEMET que podían afectar gravemente a nuestra ciudad aconsejaron al Sr. Alcalde a emitir un comunicado para el cese de la actividad en Villarreal, con el cierre de empresas, comercios y centros escolares. Estos cierres se siguieron a rajatabla, excepto lo supermercados que no cerraron por tratarse de servicios básicos. Pues bien, ya desde casa, hicimos algunas llamadas para asegurarnos de que nuestros seres más allegados se encontraban a salvo en casa, por lo que pudiera pasar. La sorpresa fue cuando algunos nos comentaban que estaban en dichos supermercados y que aquello parecía una feria, de tanta gente como había, sobre todo mamas con los niños que había tenido que recoger de los coles.
Es decir, la gente había hecho caso omiso de los avisos recibidos y de las recomendaciones del consistorio y habían aprovechado el haber tenido que dejar el puesto de trabajo, para disfrutarlo como si de un día libre se tratara.
Con ello quiero demostrar que no tenemos cultura del peligro, de como reconocerlo, ni de como actuar cuando así se nos requiere.
Hasta ahora, a Dios gracias, no nos había hecho falta, pero igual a partir de ahora esto va a más y los avisos se convierten en algo más habitual.
Es por ello que deberíamos tener claro qué hacer en cada momento y para ello, y para no caer en el hartazgo, los avisos deberían ser claros, precisos y eficaces.
Claros, para que todos supieran identificar que indican.
Precisos, para que indicaran la gravedad de la incidencia anunciada.
Y eficaces, para que solo de emitiesen los realmente necesarios, a fin de que no cayéramos en una costumbre que nos hiciera obviarlos.
Para que todo ello funcione adecuadamente, deberíamos contar con unos profesionales de probada experiencia que identificaran los peligros con la suficiente antelación y supieran evaluarlos. Por otra parte la población debería tener los conocimientos suficientes para comprender los avisos, saber como reaccionar para minimizar su exposición a los riesgos.
Igual no estaría de más que toda esta cultura formara parte de alguna asignatura que se impartiera desde jóvenes en las escuelas, para que les resultara tan familiar, que llegado el momento actuaran casi por inercia.
En fin, que lo ocurrido no caiga en el olvido y que nos haga recapacitar para que futuras avalanchas no nos pille desprevenidos.
De momento, ¡Mucho ánimo a los damnificados y una oración por los fallecidos!
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