Recuerdo que en mi adolescencia y juventud, tanto cuando
celebrábamos las Nochevieja con la familia como, posteriormente con los amigos,
las doce de la noche nos daba en la Plaza Mayor, donde nos reuníamos mucha
gente, pandillas de jóvenes, grupos de matrimonios con sus hijos y hasta lo que
a nosotros nos parecían viejos, que seguramente tendrían como mucho mi actual
edad (y yo ahora me siento joven, lo que son las cosas).
Debido al alboroto que se formaba y al bajo sonido del reloj
del Ayuntamiento, apenas podían oírse las campanadas, pero con un poco de buena
voluntad e imaginación, a la hora exacta del cambio de año, nos tomábamos las
uvas y un buen trago de champán. Algunos hasta se traían su copa.
Rara era la vez que por accidente o por los excesos de alcohol, alguna de las
botellas o de las copas, no terminaba en el suelo rota. Al principio era sin
intención, pero yo no sé de qué manera el tema se fue desmadrando, y los últimos
años las botellas ya se rompían con intención, es más, con mala intención, ya
que se lanzaban al aire y con la cantidad de gente que había, lo más normal era
que le cayera a alguien encima.
Quizás fueron estos desmadres los que terminaron con una fiesta
que con un poco de civismo hubiera perdurado hasta hoy.
De todo esto hace más de cuarenta años (ya son años).
Desde entonces la Nochevieja la hemos celebrado de muy diversas maneras, según
las circunstancias de cada momento, en casa, en el maset, en restaurante del
pueblo y de fuera, en fin, ya digo, cuarenta años que dan para mucho.
El caso es que este año, también las circunstancias, nos han
hecho quedarnos en el pueblo, y como éramos los mismos amigos que nos reunimos
en fiestas, decidimos hacerlo en la peña, y como está cerca de la plaza Mayor,
pensamos en acercarnos a tomarnos las uvas al son de los toques del reloj del
Ayuntamiento.
Previamente había intentado sondear y calentar el ambiente por medio de
Facebook. La idea de retornar a la plaza parecía que tomaba forma, la gente
participaba en la conversación recordando tiempos pretéritos. Yo creía que habría
una buena cantidad de personas, pero la verdad es que fue un verdadero fracaso.
Faltaban pocos minutos para las 12:00 y en la plaza no había nadie, al menos
nadie que estuviera con la intención de celebrar fiesta del cambio de año. Solo había
algún transeúnte que pasaba por casualidad.
De repente, como si aparecieran de la nada, un grupo de
gente por una calle, otros por otras, una cincuentena de personas en el centro.
Poca gente para tanta plaza.
Imagen tomada desde webcamvillarreal.pfont.eu |
Faltaban segundos para las 12. Sentíamos expectación por ver que sonido nos
marcaba la entrada de 2019. El reloj del campanario deja de sonar todas las
noches a las 23 h y retoma su cántico de horas a las 7 del día siguiente, esto
se hace así para no molestar el sueño de los vecinos, y se agradece, así que
tenía que ser el reloj del Ayuntamiento, que aunque fuera a poco volumen, esperábamos
oírlo, pero no. Cuando los móviles marcaron la hora, sin ningún toque de
campana comenzamos a tomarnos las uvas o gajos de naranjas en algunos casos
(igual deberíamos cambiar la tradición, más que nada porque aquí se produce más
naranjas que uva).
Aunque la fiesta dicen que se la hace uno, la verdad es que el ambiente y las
compañías ayudan mucho, y en este caso resultó ser muy sosete.
Todo esto lo escribo porque si la gente lo lee y cree que es buena idea retomar
la tradición de las uvas (o gajos) en la plaza, tenemos todo un año para
reorganizarlo y pedir al Ayuntamiento, y a su departamento de tradiciones que
hagan algo al respecto.
En cualquier caso, el año que viene nos vemos en la Plaza
Mayor.
Por cierto, se aceptan ideas...
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