Tras una semana de dolor en la que los cristianos rememoran la pasión y muerte de Jesús, llega el día de Gloria, el Domingo de Resurrección.
La procesión del Encuentro revive el momento en que Jesús resucitado se presenta ante la Virgen. Momento gozoso en que tras quitarle el velo negro que cubre el rostro de María, en señal de alegría se sueltan palomas y voltean las campanas.
En Villarreal era tradición entre los jóvenes ir a comer la “Mona de Pascua” a los “masets”, en pandilla.
El Sábado Santo, como preparativo al día de Pascua, los grupos de amigos ya se reunían por la mañana para realizar las compras de todo el avituallamiento necesario para los dos días siguientes. Normalmente se compraba tanta comida y bebida que el martes por la tarde aun se reunían para comerse el “rosegó”, es decir, las sobras. En teoría esa tarde también se dedicaba a adecentar el “maset” para que el dueño quedara contento y el año siguiente permitiera volver a celebrar la Pascua en él. Pero esa era solo la teoría, en verdad el “maset” que pagaba el pato, era limpiado por los propios dueños, que solían ser los padres de alguno de los amigos del grupo.
El Domingo de Resurrección, tras el Encuentro, ataviados con zapatillas de deporte, pantalón vaquero y camisa a cuadros (camisa a cuadros y pantalón vaquero m... entero), cargados con las viandas compradas el día anterior, camino de la ermita arriba, se formaba una peregrinación de jóvenes que se iba desgranando a medida que cada uno llegaba al desvío de su “maset”.
A la llegada al mismo, lo primero era enchufar el “picú”, conectar los altavoces y poner un “singel”, mientras las chicas preparaban el almuerzo, que en las pandillas más jóvenes era simplemente el bocadillo traído de casa.
Después se mataba el rato, paseando hasta la ermita, bailando y bebiendo, hasta la hora de preparar la paella, que no se como lo hacíamos, que sin tener demasiadas nociones de cocina, siempre salía buena.
Tras la comida, unas partiditas de cartas, más paseos para visitar a otras pandillas cercanas y al caer la tarde, más bailes, ya en plan más romántico.
Al anochecer, después de cenar, las mismas pandillas que por la mañana se habían ido disgregando desde el camino de la ermita, ahora se volvían a encontrar de regreso a casa.
Eran celebraciones de la Pascua inocentes, en las que predominaba la amistad y la alegría.
Posteriormente esta celebración dio paso en algunos casos a verdaderas orgías, con excesos en todos los ámbitos, en los que no faltaba el alcohol, las drogas y el sexo. Los jóvenes se movían en coches o motos, y no era raro que terminara el día con la noticia de algún accidentado. Fueron otros tiempos, que dieron paso a una nueva moda, consistente en celebrar la Pascual lo más lejos posible de casa. Primero comenzaron alquilando apartamentos en Benicasim, después ya había quién se iba a Salou o Benidorm.
Ahora, en este mundo plural en el que vivimos, conviven todas las opciones, hay pandillas en los “masets”, las hay en Benicasim y Oropesa y seguro que hay gente que ha preferido irse más lejos, pero lo triste es que yo creo que nadie se acuerda que esta fiesta conmemora el convencimiento que tienen los cristianos en la Resurrección de Jesús.
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