En la Wikipedia tenemos un extenso artículo sobre las tarjetas navideñas, así que no voy a entrar en explicar una cosa que todo el mundo sabe lo que es y que además está muy explicado en otros sitios.
El caso es que en sus inicio las tarjetas, bien se las “curraba” uno, dibujándolas y escribiéndolas, o bien las compraba ya preimpresas, lo que no quitaba el que igualmente hubiera que escribirlas por detrás. Para su envío se usaba normalmente del servicio postal. Todo ello implicaba un coste económico para el remitente, lo que hacía que uno se pensara un poco a quien se las mandaba.
El recibir una de estas postales físicas denotaba que alguien, en algún lugar del mundo, normalmente lejano, (ya que si estaba cerca, el mismo componente económico hacia que la felicitación se realizara personalmente,) se había acordado de ti durante estas entrañables fiestas.
A medida que esto se generalizó y aunque los particulares siguieran enviando las tarjetas a sus seres queridos, las empresas las hicieron suyas para felicitar a sus clientes, lo que multiplicó el uso de las mismas y al mismo tiempo las despersonalizó, ya que estas solían coger las carteras de clientes y remitir las a todos en general, sin pararse a pensar si eran buenos o malos clientas, ni siquiera si seguían siendo clientes. Así era bastante habitual recibir felicitaciones de empresas con las que las relaciones profesionales ya se había roto. Pero bueno, de algún modo te ilusionaba pensar que aun te tenían en cuenta por si necesitabas algo de ellos.
Con el tiempo y las nuevas tecnologías, las postales navideñas se han incorporado a los ordenadores, y se han virtualizado. La facilidad para mandarlas se ha incrementado de tal modo que es práctica habitual descargarse de la red un dibujo ya realizado, y adjuntarlo a una lista de correo para que todos la reciban, y aunque en la lista de corros suele haber amigos y familiares (en las particulares), también es normal encontrar alguna persona cuya relación con el remitente ha sido esporádica, por algún tema laboral, médico, o de cualquier otra índole. Evidentemente esta persona también recibe la postal. No digamos de las listas de correos de las empresas, que no solo tiene el correo general de sus clientes, sino también el particular de muchos departamentos de las empresas clientes, con lo que el número de envíos se multiplica, incluso se repite para una misma persona. A todo esto habría que añadirle las redes sociales, en las que por una relación de amistad u otra, todos son amigos de todos, incluso sin conocerse.
El caso es que ahora uno recibe muchísimas felicitaciones, y cuando mira el remitente, se da cuenta de que en ocasiones ni lo conoce y si lo conoce, aunque queramos pensar que nos la he enviado conscientemente, siempre queda la duda de si no nos la habrá remitido juntamente con las del resto de su lista de correo en la que Dios sabe por qué nos tiene.
En cualquier caso, la verdad es que es una gozada recibir felicitaciones navideñas, entre otras cosas porque en la actualidad son verdades obras de arte informático.
Si antiguamente los motivos solían ser belenes, árboles adornados, estampas de invierno, ... más o menos bien dibujados, en la actualidad, sin perder los motivos navideños, se ha ampliado a otros de muy diversas índoles, se ha incorporado música, movimiento, interactividad, ..., todo lo que la tecnología informática pone a nuestra disposición, y los resultados suelen ser preciosos.
Por todo ello, y aunque se pueda dudar un poco de la relación personal que nos ha impulsado a felicitar, felicitemos las navidades, y aunque al final las remitamos a todos los de nuestras listas de correo, repasemos las mismas, al menos una vez al año leeremos sus nombre y nos acordaremos de ellos.
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