Me niego a considerar diferente a ninguna persona en función
de su orientación sexual, su religión o su color de piel. TODOS SOMOS IGUALES.
¿A que viene esto? me diréis…
El día 28 de junio se celebró, como todos los años, el día del
Orgullo LGTB, coincidiendo con el aniversario de los disturbios de Stonewall en
New York.
Aquello fue en 1969 y ha llovido mucho desde entonces, pero
en cualquier caso este año, al cumplirse los 50 de dicha fecha, quizá tenga algún
sentido rememorarlo.
El mundo, a pesar de la globalización, cuenta con muchas y
diferentes culturas, y cada una de ellas ha reaccionado a este movimiento, y
ante las personas que integran el colectivo de diferentes formas.
Si bien en algunos sitios se ha asumido con total normalidad
la igualdad entre las personas, en otros se les considera tan diferentes que
incluso se les sigue persiguiendo y eliminando.
Por suerte, las sociedad en la que vivo y bajo el punto de
vista que escribo estas líneas, es de las primeras. Aquí, en la actualidad TODOS
tenemos los mismos derechos como personas, y así consta en la Constitución,
donde en su artículo 14 dice: “Los españoles son iguales ante la ley,
sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza,
sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o
social.”
Una vez sentadas estas premisas, me pregunto ¿Qué sentido
tienen el seguir mostrándose como diferente?, ni siquiera un día al año. Si
somos iguales, lo somos todos los días.
Está claro que una bandera multicolor no ofende a nadie, y
todo el mundo, forme parte del colectivo o simplemente quiera mostrarles su
apoyo, tiene el derecho de poder lucirla, pero también, a pesar de asumir la
igualdad, puede haber personas que no comulguen con el movimiento y por ello no se les
puede obligar a lucirla.
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Un grupo de homosexuales sobre una carroza en el desfile del Orgullo gay de Maspoalomas, 2015 / Youtube |
Me diréis que no se obliga a nadie, pero sí que se pretende
mostrarla en espacios públicos que nos representan a todos.
Yo propondría que, tal y como se hace en otras celebraciones, que cada cual las
cuelgue en sus balcones, que se ponga un pin o que se haga un traje, pero sin
implicar a nadie que no lo desee.
También habrá argumentos que compararán esta fiesta con otras arraigadas en
nuestra sociedad y que pese a poder molestar a otras personas, se siguen
promocionando y celebrando. Bueno, eso sería motivo de otro artículo, no voy a
defenderlas ni a criticarla aquí.
Este tema daría para mucho más, pero si un lector se
enfrenta a un texto demasiado largo, directamente pasa de él y no lo lee, así
que prefiero dejarlo aquí, y defender mis argumentos, si puedo, ante quién se digne poner
los suyos en los comentario.
¡Hasta otra!